miércoles, 30 de mayo de 2012

Libro: De luces y tinieblas

                                   Poesía












                                                 






                          DE LUCES Y TINIEBLAS   























                                                                    Jorge Torres Daudet






                                                                                      












                                                                                      









                                                DE LUCES Y TINIEBLAS


                                                                            










                                                                                      


           



                                                                                                      A Carmen, mi mujer,
                                                                                    a quien siento a mi lado siempre.
                                                                            A mis hijos, Rafael, Nerea y Eduardo,
                                                                                    e hijos políticos, Helena y Javier,
                                                                 que nos siguen generando ilusión por la vida.





                                                                                     


 







                                                                                      






                                                                                    




                                                                                       Soledad es citar tu nombre
                                                                              y  no oír tu voz que me responda.
                                                                                      
                                                                                       


                                                              



Edición del autor


Impreso en Service Point, Madrid.











Primera edición, Octubre 2011








© Jorge Torres Daudet
© Prólogo: Fernando Jiménez-Ontiveros Solís.
© Cubiertas, Eduardo Torres


Cubiertas, Eduardo Torres
Fotografía solapa, Noelia Palafox










ISBN:978-84-615-4151-5
Depósito legal: M-40410-2011


                                                               ÍNDICE            






                                                     INTRODUCCIÓN





Este  libro, que titulo “De luces y tinieblas” versa sobre ellas, pues trata de la vida y, en la vida, estas palabras,  lo que ellas significan, están siempre presentes en nuestro existir.

Cuando fuimos traídos a este mundo por nuestros padres, después que ellos conjugaran, practicando, ese verbo, amar, tan invocado en este libro, se dice que nos “dieron a luz” nuestras madres. La definición del hecho más importante para cada uno de nosotros, que es nacer a la vida, queda claramente plasmado bajo esa definición: dar a luz; la luz es vida.

Así es. En la vida no hay oscuridad total; la Luna, nuestro romántico y poético astro, nos transfiere la luz en la vida nocturna, tan proclive al amor… y la noctívaga  penumbra, no oscuridad absoluta, es el reflejo, la prueba, de que la luz continúa, que sigue existiendo en otros lugares de nuestro maltratado y grandioso planeta.

He pretendido recoger distintos aspectos de la vida; el amor, fuente de su origen, y el reflejo de las luces y sombras que la vida cotidiana arrastra hasta su fin, como son la atracción, la pasión, la excitación, la ternura, pero también el desamor, el despecho, la infidelidad, los celos… que, por desgracia, en tantas y cada vez más frecuentes ocasiones, derivan a la muerte.

Por éste, y mi primer libro, “Belleza cruel”, los lectores podrán apreciar que la inmensa mayoría de los personajes que trato es la Mujer, sí, con mayúscula, pues siempre la he visto como el ser más bello y preciado de este mundo. Se dan en ellas unas características, algunas consustanciales, como el sentido de la abnegación, el amor al ser al que dan vida y cobijo en sus entrañas, al que amarán hasta el fin de sus días. El mismo concepto de lo bello, pues la belleza emana de ellas mismas.

Así, canto al amor, al amor y admiración que me sugiere la Mujer.

E, inevitablemente, está el hombre, también con sus luces y sombras, al que creo culpable de muchas de las sombras que acompañan a sus luces. Enumerar sus proezas de progreso sería justo, pero no lo veo necesario; harto presume de ello. No quiero caer en la adoración a su soberbia.  Sin embargo, no se entera de que, al mismo tiempo, está aniquilando la posibilidad de vida de nuestros descendientes, dejándolos sin los recursos necesarios, con un medio ambiente contaminado, asfixiado.
Su afán de grandeza no cesa y no cesan las guerras en sus agendas.





Sus odiosas, sangrientas  y cobardes disputas, las del maltrato a sus compañeras.
Maltrato a los animales, aniquilación de muchas especies, destrucción de zonas boscosas: “Hombre... ni me atrevo/ a pronunciar tu nombre/ Tu la Historia con sangre escribes...” como dice uno de mis poemas.

¡Qué bello aquello de “hacer el amor, y no la guerra”! Pero qué lejano e improbable que esa bella frase se haga realidad! Nuestra alma cainita ¿prevalecerá en la existencia del homo sapiens?

Tengo en cuenta a la Parca, trato de ella, la llamo de tú, ya que durante toda nuestra trayectoria camina justo al lado. No nos deja olvidarnos de ella; es una compañera más, aunque no queramos darnos cuenta de ello.


Amable lector, este libro contiene luces con sus  sombras, adéntrate en ellas... pues de luces y sombras se compone la vida misma. La Muerte es la reina de las tinieblas, atrévete a mirarla frente a frente o, aunque sólo sea, de soslayo.




Jorge Torres









                                        PRÓLOGO






Cuando comencé a leer los poemas escritos por Jorge Torres bajo el título “De luces  y tinieblas” me encontré inmediatamente sumergido en un torrente de amor y honestidad desbordantes, teñidos de emoción y fervor por la vida. El lenguaje, acto supremo del hombre, no es en estos poemas una búsqueda metódica de consonancias ni estilos poéticos, sino una espontánea  y auténtica exposición de emociones, expresadas a medida que el autor nos revela su vida , a través de un derroche de ternura y sensibilidad en unos poemas en los que el tiempo tiene una importancia fundamental. Su poesía es una  vía para expresar sus sentimientos conectando con las cosas  y  con las personas a través de la intuición y la sensibilidad, con un lenguaje llano y atrayente. Su historia, contada poéticamente, no sigue el orden rígido de causa-efecto, sino que se compone de momentos a veces con poca relación entre sí. Esto permite que cada poema tenga su propia calidad poética y la palabra se manifieste sin ambigüedades, llevándonos unas veces a un profundo erotismo natural en que el amor se manifiesta con claridad, sin tener que recurrir a recursos desmedidos ni a descripciones maliciosas,  y en otras  al culmen de una profunda interiorización espiritual.

Si se ha tenido conmigo la inmerecida atención de concederme la realización de este prólogo, es  seguramente, porque se sabe que yo no soy capaz de escribir un galeato, sino que, aceptado por mí el ofrecimiento de prologar este libro de poemas,  intentaría ayudar al lector en la tarea del enriquecimiento de su lectura.

A pesar de que el autor trata en este libro de secuenciar los momentos de su vida, yo recomiendo al lector que se dedique en su lectura a una “descomposición relojera”, para tratar de sacar el máximo fruto a los poemas.
Digo esto porque, a pesar de que la intención del título “De luces y tinieblas”, es distinguir entre la bondad y la maldad, en todos los poemas fluye el aroma de la honestidad y le sencillez, del perdón y la aceptación espiritual. Por ello recomiendo que se lean los poemas despacio, unitariamente, tratando de profundizar su sentido no cayendo en el error de una lectura rápida, que impediría conocer la profundidad de pensamiento del poeta.

El mismo autor reconoce en su introducción el amor y la admiración que siente por “La Mujer”, con mayúscula,  haciendo así de ella un “núcleo sintáctico”,  el componente más importante del libro y que, naturalmente, es básico para su lectura. Veremos cómo, a través de la lectura de los poemas, aparece la mujer como niña, amante, madre y depositaria en todos los casos de abnegación y  amor.



Además de este papel preponderante de la mujer, Jorge Torres se refiere en sus poemas a un mundo cuya estructura es análoga a la estructura esencial de la realidad social en cuyo seno la obra ha sido escrita, tratando de comunicar una realidad que permita al lector identificarse con sus propias reacciones emotivas ante este mundo. Todo lo anecdótico, aunque muy detalladamente descrito, se esfuma ante lo que debemos encontrar tras sus poemas: la proyección  humana del autor.

Por eso “mi viudo corazón desesperado” se recupera pues  “de siempre siento por ti locura” y confiesa “Te he hecho mía, sin yo apenas creerlo”.

A través del libro se conoce la importancia especial de la mirada: “esa noche nuestros ojos eran los que hablaban”. En la poesía” El otoño en tus ojos” cree ver “las hojas marchitas del recuerdo” y en el poema “Mujer de hoy” evita echar hacia atrás la mirada.

Puede seguirse la realidad cronológica del autor con facilidad: el encuentro, la conquista, el nido vacío, el otoño, la aceptación de la muerte, todo ello expresado en poemas que, como decía anteriormente, deben leerse despacio y meditarse. Su generosidad se expande por sus obras y a través de sus sueños, como el precioso poema de añoranzas “Hoy he soñado” en el que recuerda “¡qué aroma el de  mi madre, (siempre la mujer) acariciándome el pelo!”.

En los poemas hay variadas metáforas muy interesantes como “Yo cogía las nubes, o “El tiempo ha frenado su prisa”, “la distancia es negra de asfalto y desesperación”, “sonrisa hecha promesas”. Los adjetivos son siempre para la Mujer: “callada y sonriente, prudente y complaciente, bella y deseable”, aunque existen momentos no deseados; “te arrojé veneno a tus ojos y me ha salpicado a los míos” o en el poema “Niebla”: “la obscuridad te oculta a mis ojos. Mi cuerpo queda desierto sin ti”. Siempre prevaleciendo el amor porque “nuestro lecho, sin ti, mi amor, es un erial de incontables hectáreas”, y otros momentos preciosos que hablan del cambio de mujer a madre: “me ha sonreído con cara de mamá, con esa bendición en su vientre de mujer y…dos jubilosas lágrimas han resbalado por mi rostro”.

En ese transcurrir del tiempo, hay momentos muy destacables, alguno versificado como haiku : Tus bellos ojos, con los míos de frente, son cuatro espejos”. Siempre los ojos y las miradas a veces con reflejos de espejos, como en el poema “Aquel hogar” donde le entristece el “nido vacío” y halla a los espejos deshabitados y obscuros “sin el reflejo de la luz de tus ojos” y más tarde cuando mira su propia  imagen en el espejo y dice:” Esa imagen, la que me devuelves, no es la mía”. En cierto momento se angustia al considerarse a sí mismo como” un espejo hecho mil pedazos” viendo en cada trozo distintos aspectos de su vida: “irreconocibles su imagen y los lugares, no sabe, no recuerda o no quiere recordarlos”. En su poema






“El puente romano” nos dice:” las aguas del callado río, en su espejo tu imagen descansada”.

La poesía descriptiva y detallada de Jorge Torres nos lleva sin querer a momentos de extrema belleza, tanto de cosas, como de paisajes y naturalezas. Sus descripciones poéticas son amables cuando habla de sus orígenes, de su trabajo como maestro en “aquel pueblecito cobijado por viejas montañas, de ríos cristalinos y molinos de trigo” “gentes sencillas, pastores de cabras, que le confiaban sus hijos para enseñarles las primeras letras”. Concluye diciendo: “los alumnos y sus padres…mis amigos”. Contempla con minuciosidad las cosas y las describe como las recuerda, Al hablar de un tren cuenta que la máquina “en un principio lenta, como algo perezosa, mueve sus articulados y acerados brazos” y describe al jefe de estación con “su calado bicolor y cilíndrico gorro, suena el silbato y levanta el banderín rojo, enrollado”. Cuando lo que describe son personas, como en el caso de un mendigo: “parado, estático, como si funámbulo fuera”, observa con ternura: “su mano quieta, a la espera” y su mirada final a una papelera: “quizá ese ataúd…de lujo le pareciera.

En su poema “Abducido por la red” se interna en el mundo que le rodea (siempre tratando de identificarnos con sus propias reacciones emotivas), y lo mismo nos hace pasear de compras por Madrid, identificando restaurantes y galerías comerciales, conectando con la diferentes etnias que habitan hoy día la ciudad, preguntándose: “el transeúnte ¿por qué no?, puede ser español”.

También es generoso con los animales, admirando la paciencia y aceptación de “la paloma en la farola”, sufriendo al ver  llorar a su perro y admirando en  su poema “Toro”, su “nobleza, fuerza y poder”.

En varios poemas del libro encontramos una permanente referencia al tiempo. Así, en “Un amigo” piensa que “el tiempo, la vida, nos ha ido separando” y  en ”El tren de aquellos tiempos”: “los niños, ya viejos, te añoran” y en “No me lo digas” exclama: “hace ya tiempo que del amor nuestro al viento se colgaron las últimas cenizas”. En otro haiku ,piensa que “La vida es lucha perdida contra el tiempo.

Siendo el  “ Leit motiv”  temático de la obra  “La mujer”,  Jorge Torres es un poeta que marca su madurez con enorme sinceridad y humildad evangélica y su libro es materia prima de vida.  El problema quizás es que,  basándose en su amor a la mujer y a todo lo que ello significa, recurre, en mi opinión, a una censura extrema del hombre como espejo de la crueldad, de la falta de generosidad.  Así, en “Mujer de hoy” dice: “tu rival ya te concede trato igual,  ¡qué generoso!”, y con una conciencia de escritor “behaviorista” escribe en su poema  “Mal trato”:  “Al lado de nuestra casa, el infierno, habitaba el diablo, así de cruel y sanguinario”, elevando quizás sin darse cuenta a general una particular idea del hombre.”
Y frente a los graves problemas de la humanidad siente un profundo dolor del alma, como expresa en su poema  ”No sé qué dolencia”: “No hay nada que pueda


salvarme, no sé, ni encuentro qué dolencia me aqueja, ni si remedio alberga”.

He dejado para finalizar este prólogo su amor a la libertad cuando dice en el poema “Libertad”: es mirar al cielo, volar con la mente, pisando tierra” y en “Optimismo”: “tengo el coraje suficiente para echar mi cuerpo a la basura”, porque Jorge Torres es un poeta libre, que sigue unos principios ideológicos muy claros y definidos, que como poeta elude los formalismos, las consonancias, y busca más las ideas que la formal  palabra poética.

Podríamos decir que el éxito del trabajo realizado en este poema es lograr que el lector se identifique con la visión personal que el autor nos ofrece. Finalmente, antes de “Bajada del telón” esperando el apagado de luces y bajada del telón definitivo”, Jorge Torres nos entrega un recuerdo magnífico de su tierra de Sigüenza: Padre, madre, hermanas, familia, memoria sagrada, primeros amores, primeras batallas, primeras hazañas” y de sus encuentros con sus compañeros de la poesía en Granada.

Fernando Jiménez-Ontiveros Solís

                                               



                                               



                                             



                                                      I

                                                                         De luces

                                                     ¡Ay, el amor…!



Sabrás que te quiero



Confieso que te quise de inmediato, viniste
a mí en el mejor momento para hacer
el gran milagro.

Mi  viudo corazón desesperado
cambió el ritmo de viejo moribundo
por el de joven apasionado, con
locas ganas de vivir a tu lado.

Cuando me vaya, cuando no me veas,
quiero que sepas que estaré a tu lado,
bendiciendo haberte conocido,
sintiendo por no haberte, del todo, disfrutado.

Espero que haya Cielo...
porque allí te estaré esperando.



Sin pudor



Sin pudor proclamo mi amor al mundo,
cual si fuera joven apasionado,
si, aun anciano, estoy de ti enamorado,
¿por qué acallar mi sentir, tan profundo?

Te miro con ardor en la mirada,
y pido, de tí, el mismo sentimiento
pues, te juro, sería un sufrimiento,
que no estuvieras, de mí, enamorada.

Dicen: “la pasión con los años cura”
mas yo no creí nunca en este aserto
pues, de siempre, siento, por ti, locura.

Y así, aun estando dormido... o despierto,
mi cuerpo vive el amor con bravura
hasta que, Dios y tú, me deis sustento.



Yo cogía las nubes...



Yo cogía las nubes con las manos
y mis besos enviaba al universo,
te entregaba mi corazón travieso
antes de tener los cabellos canos

Yo me sentía un Pegaso, trotando
por los valles y cumbres de tu cuerpo,
sobrevolando, cual gaviota, el puerto,
la piel, tu piel, que siempre estoy amando.

 El Pegaso ya no trota, plegadas
sus alas, no remontará sus vuelos
-aventuras por el tiempo amainadas-

Humilde se desliza por los suelos,
mas... su amor vuela con las alocadas
nubes, y fantasías de sus sueños.



El tiempo ha frenado su prisa



He derrotado tus tímidos noes,
tus defensas, entre suspiros,  quejas
y alguna lágrima furtiva.
He desoído tus lánguidas súplicas
-apenas musitadas-
he desgarrado tu inocencia,
tu delicado y sedoso velo de doncella.
Nuestros cuerpos, como si corceles desbocados
fueran,
se han liberado con el retozar de la pasión
irrefrenable.
Te he hecho mía, sin yo apenas creerlo.
La luna, reflejada en tus pupilas,
alumbra nuestra dicha.
El tiempo ha frenado su prisa.





Luna llena



Esa noche nuestros ojos eran los que hablaban.
Fueron tus ojos, mi amor,
los que revelaron que tú me amabas.
Fueron tus ojos, mi amor,
los que me abrieron, de par en par, tu alma.
Y esa noche, mirándome a los ojos,
esa noche, la luna...
el brillo de tus ojos envidiaba.
Y esa noche, de luna llena,
nuestros cuerpos se unieron,
se enlazaron, por siempre, nuestras almas.






Se entretienen mis labios en los tuyos
que, sin querer huir, van descendiendo
por tu garganta y frágil cuello.
Recorren los torrentes de sangre de tus venas,
-caudal desmedido de pasión-
ebrios y sedientos descienden
y escalan los erizados montículos
de tus pechos; se recrean en ellos,
juguetones, formando algarabía en tu cuerpo.
Tu vientre, en vaivén descontrolado, es una súplica
que mis sentidos, hipnotizados, aún comprenden.
Se deslizan al vello enredado de tu sexo
y, por caminos sinuosos, hambrientos se pierden
en lucha salvaje con tu frenesí y loco desenfreno.




¡Ay, mi amor!


 “Líbrate de sucumbir a ese amor,
que dicen que no te conviene”.

Si tú les escucharas, oirías los argumentos
que oyen todas las esquinas...

¡Señor, Señor! Como si el corazón se abriera a la razón,
al cálculo, a la suma.
¡Yo quiero a mi niña morena!
y soy sordo cuando sus ojos me miran como me miran,
y soy ciego cuando sus labios pronuncian mi nombre,
y subo al cielo cuando su piel acaricia mi piel.

Y dicen... lo que digan,
sonrían... como sonrían;
¡yo quiero a mi niña morena!

¿Podría vivir, mi amor, sin tu amor?.  
¿Podrían mis ojos ver, sin a ti, mi amor, verte?.
¿Podría mi piel gozar…
sin mi piel gozar de tu piel?

¡Ay, mi amor, es mi alma esclava de tu alma!
Y lo que digan...y como sonrían...
no es nada que pueda detener
nuestra muy loca pasión desatada.





He esculpido mis besos en el couché
de tu fotografía,
he mojado con mis lágrimas tus nacaradas
mejillas, como si mis lágrimas fueran tuyas.
He besado tus ojos, tan llenos de caricias.
Te he guardado, mi amor, en el bolsillo de mi alma.






Y tú, precisamente tú, te quejas
porque dices que les cuento más cosas
a mis amigas, las negras hormigas.
Creo, sinceramente, que te sientes
celosa cuando me ves en el suelo,
de rodillas, hablando, jugando y maquinando
travesuras con ellas. No entiendes que proyecte
mi sombra sobre sus flacas figuras.
Te extrañas de que comparta nueces y avellanas
con nuestras vecinas las saltarinas ardillas.
Tú, precisamente tu, que te empeñas
en levantarte todas las noches para escuchar
a tu cómplice, la luna, y luego me lo cuentas,
callándote lo que a ti te interesa;
crees que me engañas; lo intentas, pero hay un lucero
que vuestras conversaciones me revela; noche
a noche, él os espía, y a través de tus sedas
por tus encantos él se cuela;
y éso, amor, éso a mi me duele
éso, amor, éso a mi... sí me desvela.






Soledad es citar tu nombre
y no oír tu voz que me responda.







Poesía es tu cuerpo,
erguida tu imagen -a tus pies
tu contorneada sombra sobre el lienzo del suelo-
o tendida, figura expectante, acogedora
seda... mecida por el sueño.
Rimas y leyendas son tus ojos, son faroles
encendidos de pasión, tu rostro junto al mío.
Pareados son tus labios, tu boca con mi boca.

Poesía es tu cabello, suelta tu melena en pos
del viento,
o recogida, graciosa, en lo alto de tu cuello.

Versos son tus senos -rimando
en asonante- con los labios
que los lamen incansables, 
que liban en ellos
con la insaciable sed
del amante que bebe de tu cuerpo.
Y versos, también,
-en albedrío perpetuo-
son los vellos que acarician,
en las sombras, tu sexo,
dormido o violentado
por las caricias penetrantes
que te elevan –nos elevan- al cielo.
Dos romances tus piernas,
los pilares del edén.






Hoy hemos roto nuestras cartas de amor
los dos juntos, tú y yo, con nuestro pudor de acuerdo,
como único testigo.

El papel, amarillo por el pasar del tiempo,
con renglones rasgados anunciando
las fechas de nuestros encuentros.

Hemos roto nuestros secretos, junto a la suma
de los latidos de nuestros corazones locos,
ávidos de amar.

Los pedazos llevan escritos nuestros te quiero,
nuestros deseos de estar juntos
tu cuerpo y el mío, de estar sellados
nuestros labios con nuestros besos.

El perfume de tus cartas, amor,  ha impregnado
mis dedos que, juguetones, acarician tu piel,
y hacen temblar tu cuerpo, unido al mío.

Hemos roto nuestras cartas de amor, pero el amor
sigue en nosotros vivo.


Regreso



Ha llegado el día del regreso a ti.
Me he lanzado a la carretera recorriendo
las millas que nos separan, quemando soledad
y bencina.
Los árboles me abren paso, diciéndome su adiós
-tristes sus ramas, despojadas de hojas-.
Mi auto, bramido feroz, lucha contra el reloj e
-insaciable de minutos y horas- nos acerca.
En el centro del paisaje –nunca tan extenso
e interminable- siempre está tu imagen
con las curvas de tu cuerpo.
La distancia es negra de asfalto
y desesperación.
La meta y trofeo de la loca carrera, eres
tú, mi mejor y mi único refugio.


.



Miro al cielo y te veo en sus nubes sumergida,
miro al mar y en su espejo azul te veo.
Las olas, rompiendo en roca,
son un pañuelo de seda en tu cuello.
Su espuma es el brillo de tus ojos. Es
el verde de las algas tu sonrisa,
hecha promesas.
El negro fondo submarino
es mi temor a que tus promesas no se cumplan.
La tormenta perfecta mi deseo, hecho fuego
y agua embravecida. Me bebía el mar
buceando por el atrayente arco de tus muslos.




El ocaso



El ocaso, rojo y cálido como la ardiente
sangre, abrasa las palabras y sus besos de amor.
La mar, sus aguas vacilantes y juguetonas,
lame sus cuerpos, entrelazados y desnudos.
Una gaviota, columpiada en las mudas olas,
observa a los amantes.
El sol, pudoroso, se esconde tras las montañas.
Ya, a oscuras, dan rienda suelta, con frenesí, al goce,
a la fogosidad que embarga sus sentimientos.
Las sabias manos de él recorren la orografía
provocadora de un cuerpo joven e incendiario
que se retuerce, conjugando los movimientos
con los lascivos lances de su amante.
La luna, curiosa, se asoma en lo alto;
por  lo que ve, ya no es de plata, pues se sonroja.
Tras varios asaltos se internan en las templadas
aguas, jugando y salpicándose con las olas.






Piensa en ti y no te nombra -¿acaso tienes nombre?-
Pero estás ahí,  con tenaz frecuencia ,
mientras mira deslizarse las gotas de lluvia
-a él siempre le parecieron lágrimas-
tras los cristales tristes, en el tardío otoño,
de su oscuro, desierto, dormitorio,

En los paseos del parque, radiante
de soles y colores -bullicioso de pájaros
y de niños-
En los campos silenciosos
de helada nieve y los desnudos árboles
-de hojas y de trinos-
En la corriente de los ríos caudalosos
 y de los humildes arroyos… 
sigue viendo tu imagen
-callada y sonriente, prudente y complaciente,
bella y deseable-
no, no existes; tu imagen y tú sois sólo éso:
una imaginación, realidad inaccesible.




Veneno



Te arrojé veneno a tus ojos
y me ha salpicado a los míos.
Lo primero ya hace años, cuando nos conocimos,
lo segundo ahora mismo está pasando.
Y así nos escuece la vida, los dos sangrando.
Tropiezan nuestros párpados cansados
por todas las esquinas,
y seguimos naufragando,
sin que exista antídoto que nos salve.






La niebla descansa, húmeda y gris,
sobre la hierba del bulevar,
el viento, en remolinos, la levanta,
jugando con tu falda,
y nos acompaña, tú... despeinada.
Nos damos un último beso, fugaz
-yo quisiera retenerlo-.
Nuestras manos,
aún ardientes, se separan.
Las tuyas, esquivas, se cobijan en los bolsos
de tu abrigo.
Mientras te alejas, la oscuridad
te oculta a mis ojos,  ávidos de ti,
deseosos de no perderte.
Cuando la niebla disipa tu imagen,
tus pasos, huidizos, suenan vacíos,
huecos, como un adiós.
La habitación aún guarda el calor de tu cuerpo;
la cama, en desorden, aunque callada, no oculta
nada de nuestra pasión desatada.
Mi corazón queda desierto sin ti.




Nuestro lecho.



Mi  lecho, nuestro lecho, sin ti, mi amor,
es un erial de incontables hectáreas.
Mi manos, ávidas de tu piel,
se pierden, buscándote entre las sábanas
y, aun estando tu ahí, ya no te encuentran.






Hoy, ¡Santo Cielo! He visto a aquella
muchacha; sí, aquella muchacha
de encantos inexplorados, hoy ya conquistados
-colonizado su bendito vientre-
pues está preñada, rotundamente preñada,
como luna llena, su capa abierta a la brisa
que la acaricia.

Solo han pasado tres años desde que la viera
por vez primera e hiciera de musa
en mi poema Belleza cruel.

Es más exuberante su belleza
ahora, y no es cruel pues ama y es amada.

Al pasar cerca de mi, he quedado ensimismado;
mis ojos resbalan -con pudicia- por su grávido
talle, su semblante y sus cabellos
resplandecientes, sus pechos turgentes,
prometedores de inagotable y delicioso
néctar. Su mirada, aún inocente,
la ha fijado en mi mirar de abuelo –todavía
a la espera de serlo -
y me ha sonreído –sin conocerme-  con cara
de mamá, de joven e ilusionada mamá,
con esa bendición
en su vientre de mujer.

He retirado mi mirada,
me he vuelto de espaldas, pues dos jubilosas lágrimas,
han resbalado por mi rostro

Aquella belleza, que yo presumía de cruel,
está a la espera de ser una bella mamá.




¿Por qué?




Imagino un pequeño bebé, endeble,
Desatendido y desamparado
que se aferra, con sus escasas fuerzas,
al frágil hilo de la vida.
Cuando sus lamentos se silencian  deseo oír
de nuevo, si no sus risas, al menos, sus quejidos
que confirmen su supervivencia.

¿Es un niño carente, quizá, de amor, de salud,
sin una nana que calme su inquietud, su dolor?
Mis ojos, insomnes, escrutan la oscuridad
buscando su sonrisa inédita.
Niño por mí desconocido; tu cara es mueca,
solo triste mueca, de infeliz niño,
de niño desgraciado, abandonado.



Clama ante tu puerta



Clama ante tu puerta -que fue suya y ha cerrado-
deshecho, hundido su cuerpo, ahogado por las drogas
que circulan
por su sangre, en la desesperación de ser tan débil
y desgraciado, teniendo lo más sagrado a su cuidado, descuidado
por su debilidad ante el vicio consumido,
que le consume y destruye, sin que su voluntad
 –ausente y enajenada-
pueda evitarlo.

Clamo, mi amor, ante tu puerta que tantas veces
yo mismo –sin estar en mí- sin llave
he clausurado.
Los lloros del bebé –más bien, débiles lamentos-
que nuestro loco amor engendró, rasgan mi pecho
-no hago nada por acallarlo- sólo me arrastro
por el suelo ensangrentado, dolor en mis manos,
mis uñas arañan con furia el sucio mosaico,
como fiera que quiere herir a cualquiera… que esté a su lado.



Siesta


Solía decirle, a eso de las cuatro
de la tarde –que es la hora de la siesta-
que ya era tarde, que le dolía la cabeza
y que los niños estaban en casa,  podrían
oírles...¡qué vergüenza!
Entonces, él se vestía y se iba a ver
el partido,
decía, mientras abría la puerta,
-y esa tarde no se jugaba ningún partido-
poniéndose la chaqueta, las gafas
de sol... y se quitaba la alianza.
Sonreía; ¡tendría siesta!



Ya no bailan tus pupilas al besarte
¿Dónde se perdió el amor,
cuándo comenzó el olvido,
deshojándolo como flores de estío?
Daniel Escribano Vela

No, por favor, no me lo digas,
ni vengas con excusas ni reproches.
Te lo pido, no digas nada,
no insistas, ¿no ves que yo permanezco en silencio?
¿Por qué tú insistes ahora?
Hace ya tiempo que, del amor nuestro,
al viento se colgaron las últimas cenizas.


Maltrato.



Siempre -a cualquier hora, fuera del día
o de la noche- empezaba a tronar la misma voz,
escupiendo alcohol, cascada, rota,
-cual trallazos de metal contra metal-
Al lado de nuestra casa, el infierno,
habitaba el diablo; así de cruel y sanguinario;
golpes de objetos contra las paredes,
contra el suelo,
vidrios rotos, sollozos, lamentos confundidos
con quejidos, gritos y más sollozos.
Más golpes, blasfemias, quejidos.
Luego, después del terror de los gritos,
el terror, más profundo e incierto, del silencio...

Mirábamos a la pared que nos separaba
queriendo adivinar,
buscando la silueta de aquella pobre mujer,
pidiendo que aún no estuviera muerta.
Él había cerrado, con un seco portazo,
la pesada puerta, con sus pasos alejándose,
se iban silenciando sus maldiciones.
Tenues ayes nos confirmaban supervivencia
de una amarga, desesperanzada y cruel vida.

Un día, después de los golpes, al final, no hubo
más lamentos, ni sollozos, ni ayes... sí silencio;
un silencio denso, rasgado por una sirena de ambulancia,
ya innecesaria.




                                                                    Los poetas que escriben haikus…
                                                                   ¿Son poetas en huelga de celo?



Mi amor, tus ojos, 
son estrellas en fuga
cuando me buscan.


Tus bellos ojos
con los míos, de frente,
son cuatro espejos.


Gozar tu cuerpo,
gozar de nuestros cuerpos,
revolución.


Sí, se entendían:
su boca con la suya;
sobran palabras.


Monte con monte
dos amores se gozan,
nada por medio.


Besé sus pechos:
sus profundas raíces
se perturbaron.


Hacer el amor:
es fuente y es manantial,
el agua corre.




















                                                II

                                             Vivir cada instante





“Glu”

                                                                                       A Jorge, mi primer nieto,

                                                                        estando  aún en el vientre materno.



“Glu”

                           Ése ha sido el saludo de mi nieto,

                           mi primer nieto.


“Glu”

Así me ha dicho “hasta pronto abuelo”, con lacónico
y certero idioma y, sí, nos hemos entendido.
Ya saben, conversaciones entre hombres…

Mis ojos, cántaros vidriosos,
han rebosado de amor y de júbilo,
mientras, él… nada en el seno materno.


El otoño en tus ojos


Tu frente está surcada
por caminos sinuosos,
encrucijada de alegre memoria,
y de recuerdos tormentosos.

Tu mirada envuelve el paisaje yermo
de los campos, con ojos vacíos de alegrías,
húmedos, de sentimientos tristes, dolorosos.

Lejanos horizontes de historias acabadas,
vidas errantes, vidas enfrentadas.

Ojos oscuros con luces reflejadas; seres
perdidos, personas amadas.

Sienes  nevadas cual los picos de las montañas.
Tus ojos ven caer
las hojas marchitas del recuerdo.         





Nuestra casa ya no es aquel hogar
donde flotaban las risas e ilusiones
de nuestros hijos, y sus sueños.

Es un nido vacío, con sábanas frías,
con espejos deshabitados, oscuros,
sin el reflejo de la luz de sus ojos.

Dormitorios, sólo, con muebles y atavíos;
continentes... sin contenido




Esta noche he soñado que era niño
y mis padres estaban en mis sueños;
me negaba a ir a la escuela, por no separarme
de ellos... ni un momento.

¡Qué ricos sus abrazos!... -¿Por qué más  no me dieron?-
más ricos eran sus besos...
¡qué aroma el de mi madre acariciándome el pelo!

Aun dormido,
temía no estar despierto,
no quería que fuera un sueño;
temía despertar...
Quería subir al cielo por no separarme
de ellos.






Ha roto su álbum de fotos creyendo, así, acabar,
olvidar su pasado.
El papel, en blanco y negro, en sepia, ya, pasado
-hecho en dos mil pedazos-
se resiste, en la papelera, a ser papel mojado;
no quiere que su papel de recuerdo,
se quede, así, ignorado.
Trascienden, del gastado y viejo cuché,
a la retina del furioso agresor
los personajes mutilados, decapitados,
en tétricas y dolientes posturas;
consiguen permanencia, en la mente del osado.


El espejo


No la reconozco.
Esa imagen, la que me devuelves, no es la mía,
la que veo por dentro,
la que me repite mi alma.

Ilusiones perdidas...
y, también, logradas.
Trabajos por hacer... ninguno.
Cuentas pendientes... con sudores.
saldadas.

Mujeres a quien amar...
algunas, en el recuerdo.
Hijos...tres verdades que vuelven a la realidad
mis sueños.

Amigos que se han ido, gentes que no conozco,
caras que hablan de otros mapas.
Calles, paseos, edificios nuevos,
cielo con agujeros...

¿Eres, de verdad, un espejo o, más bien, un hueco,
una ventana, por donde
desfila el mundo, por donde la verdad se labra?





Dijo la pipa
de un erguido girasol:
Sol, me embarazas.


Nacer y morir,
dos hechos tan vitales...
¡sin yo decidir!


La vida es lucha,
perdida, contra el tiempo;
la paz es muerte.

Tu cuerpo abrazo
como si fueras mujer,
¡suena, guitarra!


Laurel eterno,
con glorias coronado,
sabes a triunfo.


La rosa es color,
es fragancia, vida, amor;
eres obsequio.

 

Aquel pueblecito



Abajo está, entre barrancas,
cobijado por viejas montañas.
Unas pocas casas a un lado y otro
de aquellas aguas,
puras y cristalinas, del cercano manantial
que, en su caminar, jugaban con dos molinos
a majar el grano del trigo.

Después, más tranquilas, se dejaban
arrastrar por el lecho del cercano río,
río Dulce... también de nombre.
Como belén de Navidad, casas bajas diseminadas aquí y allá;
en sus chimeneas el humo, siempre prendido
de ellas.
Era un pueblo alcarreño, era real y... un ensueño.

Un solo puente, de piedra, unía a aquella gente.

Tuve a sus hijos en mi escuela
cuando yo era un crío;
poco les pude enseñar de la vida,
pues poco era lo que yo había, aún, aprendido
de ella.

Aquel pueblecito tenía una iglesia
-una vez a poco se la lleva el río embravecido-
y la escuela...que era mi dominio, gran dominio,
por cierto;

pues la escuela, como patio de recreo,
tenía la naturaleza entera: unos grandes
y verdes prados
que perfilaba, y refrescaba ese bendito río,
por aquel liquido, cangrejos, truchas
que albergaba en su recorrido.

Eran gentes sencillas, de escasos bienes;
labradores, pastores de cabras
que adornaban los montes,
que alegraban el paisaje con sus balidos.



Me confiaban a sus hijos; yo les enseñaba
las primeras letras,
las primeras cuentas,
teoremas y álgebra a los más crecidos...
mi ardor y vocación juvenil eran agradecidos;
me obsequiaban con la leche fresca, recién ordeñada,
de sus vacas y cabras,
con los lomos tiernos de las matanzas,
con las truchas que Mariano pescaba
-con  el cebo atado a la punta de una rama,
cual varita mágica-
Mariano, rudo y fornido, me llevaba a cuestas
para vadear el río, alguna vez muy crecido.

Los alumnos y sus padres... mis amigos.

Un día, mientras jugaba con mis alumnos en las eras,
durante un recreo, a lo lejos ví llegar a un sacerdote,
a su lado una joven de cabellos rubios,
más rubios que el trigo, presto a ser molido.

Aún no sé por qué, el cura me dijo
que aquella joven se quedaba en mi puesto, de maestro.

Apenas palabra pude balbucear,
no supe preguntar el por qué;
mi plaza era de suplente, ella tampoco era la titular...
allí terminó mi vocación docente.

Sólo unos meses pude disfrutar de aquel idílico pueblo escondido.


Mujer de hoy



Mujer, en ti la naturaleza, generosa,
se recrea.
Tu cuerpo es vida, tu belleza la adorna, tu amor
la sustenta.

Mira hacia adelante,
evita echar hacia atrás la mirada, no sea
que la imagen de la esclavitud herirte pueda.
Los años en vano no pasan.

Con tesón y trabajo te lo has ganado; nadie
te ha regalado nada, más bien,
lo contrario; has empezado desde más abajo.

Tu triunfo a las cotas más altas
se dispara y, mientras, tu rival ya te concede
trato igual ¡qué generoso!



                                                                                                    A Elvira

Vientos de guerra y odio.
Del otoño de lodo, sangre y muerte,
emerge una flor bella y valiente.
Años de penurias,
se hace fuerte, muy fuerte.
Amor, hijos, desamor.
Sola lucha, trabaja, educa.
Escribe bellos poemas,
todos ellos muy tristes.





Hoy he visto a mi perro llorar,
tras yo regañarle.
Le he oído hipar de tristeza
y desconsuelo; primero sentado,
la cabeza caída hacia abajo,
luego todo su cuerpo
tirado en el suelo, sintiéndose desgraciado,
a mis pies, pidiendo amparo.




                                 

Mar, reino de las aguas vacilantes,
de superficie con lunas y estrellas, de soles
y de sales. Mar de aguas de fuego en el ocaso.
Mar de destinos inciertos.
Mar de aguas encrespadas, de viudas, de crespones...
y lágrimas.





La paloma en la farola



Hoy es un día de invierno,
viento y frío, de lluvia;
agua está jarreando.
Ahí está la paloma, impertérrita, en lo alto
de una farola.
Con la cabeza escondida, embuchada en sus plumas.
A veces mueve la cabeza,
otras mueve la cola,
pero ahí sigue, horas y horas.
Ha desaparecido y vuelto,
ahora despeinada y más despejada.
Al atardecer… sigue en su farola,
postrada, esperando la noche,
esperando la aurora.


¡Todo es tan distinto!



Mira hacia atrás, como si alguien le fuera siguiendo,
persiguiendo, más bien, pero sólo ve espejos,
miles de espejos, o un espejo hecho
en mil pedazos,
no sabría decirlo, solo se ve así mismo.
En cada trozo su imagen, y es siempre distinta;
siempre distintos escenarios en cada espejo.
Irreconocibles su imagen y los lugares,
no sabe, no recuerda, o no quiere recodarlos.
¡Todo es tan distinto!






El andén lleno de gente; pañuelos,
despedida en las manos.
Los viajeros seguidos de mozos,
carretillas, valijas.

El jefe de estación,
calado su bicolor y cilíndrico gorro,
suena el silbato,
levanta el banderín rojo, enrollado.

Arranca la máquina, escandalosa,
como dragón, 
echando fuego, humo, vapor
y mil rugidos al aire. 
En un principio lenta, como algo perezosa,
mueve sus articulados y acerados brazos,
sus enormes y pesadas ruedas.

Avanza por entresijos de raíles, luces,
cambia-agujas, letreros, semáforos,
el resplandor de la caldera, vapores, pitos...

Su cadente resoplar va aumentando su ritmo,
la velocidad rompe las volutas del humo;
el tren empieza a galopar.

Bestia de hierro, de acero es tu fuerza, tu corazón
de fuego; dócil sigues tu sendero.

Rasgas el silencio de los pueblos, de los valles.
Te haces notar en las ciudades;
las imprimes actividad.

Por tus ventanas los paisajes discurren lentos,
como las vidas, sin prisas ni apremios.

Portas sueños, miserias,
maletas atadas, con correas o con cuerdas,
quizá,
las únicas pertenencias de algunos viajeros...




somnolientos en los duros asientos,
compartiendo  vino tinto con viandas
tortilla, chorizo.

Almendras garrapiñadas, rifas, agua en botijos...

Soldados, legionarios, regulares
yendo de permiso
o volviendo a sus cuarteles de Ceuta,
Sahara, Canarias...

Caras y ropas moras, emigrantes,
de paso a Francia,
-chilabas, babuchas, algunas con arabescos-
sentados, tumbados
en compartimentos, pasillos y maleteros .

Cómodas, glamurosas vidas
en Wagons lits, en coches de primera.
Trenes expresos a toda máquina;  viajeros
de abultada cartera.

Tren de antaño, juguete vivo a escala
real ,
siempre presente en las cartas a los reyes magos;
contigo soñaron los niños,
hoy, ya viejos, te añoran, te recuerdan  
con sonrisa en los labios...


A un amigo.



Cuando, últimamente, nos vemos
no sé qué decirte, amigo,
¡no sabemos qué decirnos!
Nuestras palabras están enmohecidas
de no usarlas, por el moho de los años.
Y, sin embargo, nos conocemos hace tanto,
¡tanto tiempo!

Cuando nos vemos, descubrimos nuevas arrugas
en nuestros rostros,
arrugas y manchas en nuestras manos.
El tiempo, la vida nos ha ido separando;
a tus amigos no los conozco.
Yo no conozco, no sé ya de tus ilusiones,
no sé de tus éxitos, ni sé de tus fracasos.
Mucho tiempo lejos, mucho tiempo separados,
y...  sólo, ¡por unos cientos de pasos!





El mendigo ebrio



Anda cojeando, no puede arrastrar su cuerpo,
ni puede con su miseria...
Acierta, tras varios intentos,
a encender su cigarrillo apagado,
mientras su cuerpo se balancea.

Da caladas seguidas; tosiendo expulsa el humo
y los efluvios del alcohol bebido.
Queda parado, estático, como si funámbulo
fuera, buscando la estabilidad que sus piernas
le niegan.

Mira, anhelante, una papelera  -gran objeto
de sus quimeras-
situada a un par de metros,
a ella se encamina con esfuerzo
y andar inseguro, pero resuelto.

Una vez que la ha alcanzado,
introduce su trémula mano, cacheando
los desperdicios -detritos y miserias -
que hay dentro;
sus turbios ojos examinan
lo que sus dedos sujetan.

No encuentra lo que desea;
alza  la vista, gira la cabeza... despacio,
como muñeco, casi, sin pilas,
su mano quieta, a la espera,
su cuerpo apoyado en ella.

Tras unos momentos, da unos pasos, no más de tres
o cuatro,
se queda quieto, como pensando...
y regresa a la papelera...

Su mano hurga de nuevo dentro,
su brazo descansa en ella,
mira en el interior... como si estuviera lejos,
muy lejos...pensando...



Parecía que dudara
de echar todo su cuerpo dentro...
no lo hizo;
quizá ese ataúd... de lujo le pareciera.


El Madrid de ahora.



Sales a pasear, de compras, es como viajar
por el mundo,
de turista, en el Madrid de ahora.
Compras en un bazar chino
porque todo es a un euro
y quieres practicar de economista.
O en un bazar hindú
porque es, también, barato
y, viendo tecnología,
-relojeria, música y DVDs,-
pasas entretenido un rato.
Entrar en IKEA,
a probar las golosinas suecas,
también será buena idea.
Si tienes apetito
te puedes pasar por un chino
-...chino... ¿te suena? -
y  tomarte un rollito de primavera.
O puedes entrar a un mexicano
a oír unas rancheras...
degustando un tequila y unos tacos.
Puedes, también, probar un kebab
marroquí o comida turca, indonesia
o shusi japonés,
o entrar en EEUU por un  McDonals.

Para tomarte un cubata, mientras oyes habaneras
al ritmo de baile de unas mulatas,
tampoco necesitas salir fuera.
Si andas por un barrio despistado, extraviado,
y a un transeúnte preguntas,
éste, posiblemente, será rumano, búlgaro
ruso, cubano o dominicano o francés, inglés
y, también, puede ser italiano,
peruano, ecuatoriano o mongol,
y puede ser, a lo mejor,
¿por qué no?, puede ser...  español.







Abducido por la red


                                                                                     A todos los poetas que vuelcan
                                                                                                   sus ilusiones en la red.

He pulsado la clave de mi computadora.
La pantalla, cueva con velos de medusa electrizante,
cestiño femenino, sedoso, rosa o púrpura,
me ha abducido, con forma y fuerza de remolino.
A velocidad de vértigo sobrevuelo pistas entre dígitos,
circuitos que, en la red, flotan entre luces led y de neón.

Atravieso océanos y continentes, al otro lado de las pantallas,
con ubicuidad permanente.
Caras conocidas toman cuerpos ignotos, con manos afanosas
acariciando las teclas, muchas revoloteando
entre piropos y halagos.

Veo cómo sus palabras desfilan por sus mentes,
colibríes encadenados a hermosos pétalos,
nubes de colores atomizados sobre sus imágenes cambiantes;
siluetas vaporosas de damas, vigorosos torsos masculinos.

Juego con sus palabras, les escondo algunas,
las vuelco, con fluidez generosa, en sus teclados.
Sus miradas se pierden más allá del monitor,
como si quisieran verme, adivinándome en esa nueva dimensión.

Miradas suplicantes, altaneras, tímidas, pudorosas,
ante las letras que emergen de sus dedos,
chocan con mis ojos, con  mi espectro.

Y entiendo lo que quieren decir en ese momento y no pueden,
las palabras huyen, como cervatillos ante el sonido del viento.
Juguetonas, saltarinas, rebeldes se esconden,
o brotan los versos presurosos, con voracidad que devora y regurgita.

Páginas y más páginas virtuales desfilan, se archivan
y se cuelgan en la red con vocación de perpetuarse.
La luz me sigue portando febrilmente por vías laberínticas, ,
en todos los idiomas, con estilos y sensibilidades diferentes.

¡Somos tan poca cosa! Si algo de nosotros quedara
después de nuestro postrer viaje…




Muchos peldaños



He subido los peldaños
para acceder a mi hogar
-y vivo en la planta primera-
pero han pasado los años,
y todos los días, arriba
y abajo,
peldaño a peldaño, así tantos años...
son muchos peldaños...
o... ¿son más mis años?





Se es joven hasta que no se sienten los complejos
de piel arrugada, ni de arrugas en el alma.
Cuando los ojos buscan a lo lejos, encuentran,
y la mirada no se cansa.
Cuando una mujer te mira, y su mirada no te extraña.


No sé qué dolencia...


Hoy mi alma tiene el color de los días
otoñales, en los que el sol no nace.
Mi mirada se pierde en la fría luz
que anida mi memoria, entre el exiguo
murmullo del silencio de la tarde.
No hay nada que pueda salvarme, no sé, ni encuentro
qué dolencia me aqueja, ni si remedio alberga.





Yaces tendido entre las sábanas
del blanco de la rendición de pasiones, de calma,
en noches, y días, de continencia obligada.

La naturaleza, inexorable,
lo impone.
Sólo los sueños turban
la carne, gestan contiendas...
ahora impensables.





(Año 1948)

Árboles, paseos y agua,
ocas y cisnes
Segadores, petates durmientes
de sol y fatiga.
Jamón, panes y navajas;
como mesa y cama, el suelo, la manta.

Trenes humeantes,
pitidos cantarines.
Viajeros, maletas destartaladas,
almendras garrapiñadas.

Doliente castillo, con llagas en tus murallas.
Catedral, orgullosa,
como los clérigos  que te cantan.

Pinos que elevan al cielo sus ramas,
las miradas.
Tierras rojas, de sangre y de guerras,
como el forro de las sotanas.

Piedras, doradas de mieles, testigos de historias,
sobrevivientes a los siglos,
por silencios y calladas.

Padre, madre, hermanas,
familia, memoria sagrada.
Colegio, juegos y letras.
Inviernos crudos, nieves heladas.

Primeros amores,
primeros besos, primeras hazañas,
primeros juegos, de amor, de pequeñas batallas.

Veraneantes, pantalones blancos,
jerseys a las espaldas.
Baños de sol, de agua.
Tragos de fino y limonada.

.



Castillo de Sigüenza



En lo alto de las empinadas calles,
el castillo-fortaleza,
curado de sus heridas de guerra,
remozado, brillando el sol en sus piedras.
Sus almenas avistan mejores vientos
que los que Doña Blanca sufriera
en su torre penal,
¡Ah, Don Pedro el Cruel!
Vientos con el aroma de las flores de la paz.
Salones de armas,
-ahora salones de té- armaduras,
-abolladas de gestas olvidadas- ballestas,
escudos, espadas
-sin sangre- ahí se exhiben, relucientes...
rindiendo pleitesía, evocando batallas
a los huéspedes -caballeros y damas,
montando en briosos corceles de bencina y metal-.
Pétrea fortaleza sobreviviente a los siglos,
a duras contiendas
-aún se oye el estrépito en tus piedras-.
Las mazmorras albergan licores, viandas;
las caballerizas son cocinas, comedores,
sobrias y cómodas habitaciones.

Pendes de tus muros, en la puerta de arco ojival
-cual blasón-
escudo de parador nacional.

Albergue de tus nuevos señores: los turistas,
de cercanas y lejanas tierras;
hoy tus murallas son recinto de paz.
.



Dénia



La dulce, la de las uvas pasa,
dátiles y moscatel.

La colorida con sus naranjos,
naranjas.

La luminosa, con cielo azul,
reflejado en su mar, en su costa.

Dénia mora, con su montecillo
y, como cresta, el castillo.

La esbelta, con el Montgó
oteando el mar, el horizonte.

La hospitalaria
con sus gentes abiertas, alegres.

La ruidosa, con sus fiestas,
tracas y fuegos de artificio.
Y gentes, más gentes...¡qué bullicio!

La tranquila, desde Octubre,
¡qué dicha, qué alivio!

La llana, te codeas con el mar,
con tu gran ensenada.

La políglota, tus calles hablan
todos los idiomas.

Paraíso terrenal y marino;
me gustas, Dénia:
admíteme este guiño.






                                                                                               (Al puente de Alcántara)
Puente, alfombra mágica extendida -siempre estática-
con piedras milenarias tejida, por tus ojos
-romanos arcanos-
silba el viento, acariciando tus estribos. Lamen
tus muslos
–heridos por los siglos-
las aguas del callado río,
-en su espejo tu imagen descansada-
Salvas la distancia del hundido
abismo -como dragón verdinegro dormido-
Eres monumento, eres historia
–viva-
por tu vía aún discurre el camino,
la calzada -valles, desfiladeros y lomas-
camino que, como todos, llevará
a Roma.




26/03/2011

                                                                                      A todos mis compañeros,
                                                                                                 poetas peregrinos,
                                                                                               y amigos en la red.



Ábrete, Granada,
recibe a los que te cantan,
que es primavera
y tus fragancias
y deliciosas estampas
disfrutar esperan.

Abre, Granada, tus puertas,
pues en son de paz llegan
con sus plumas en ristre,
sus versos, sus poemas,
sus ilusiones…

Poetas peregrinos
de todas las regiones
de España, de Canarias
a Galicia.

Abre tus puertas y escucha;
entonarán loas
a tus grandes semblanzas,
a tus nieves, tus puestas de sol,
al arte que encierran tus muros
-Alambra, misteriosa,
bella y voluptuosa-

Al delicado murmullo
de tus fuentes y, cómo no,
tañidos de guitarra
en noches de caracolas
-dulces como versos
de Lorca- huidizos
cual cuchillos con fulgores
de plata, de luna llena
o luna mora... escucha atenta,
Granada... Granada ¡Gracias!





Ladrillo


                                                                                              ¿Por qué olvidarnos del ladrillo,
                                                                                              tan presente en nuestras vidas?
Argamasa de barros cocidos
por soles y por fuego.
Rescoldo de sudores
por afanosas manos nivelados,
creces, te yergues para cobijo de mortales
-sus amores, sus miserias-
en la grandeza de palacios,
en la humildad de tristes chabolas.

Encaramado en viaductos y torres,
en iglesias y prostíbulos,
hospitales y nichos.
Como grano a grano de arena hace montaña,
tú, uno a uno, levantas edificios.





Es salir a la calle sin destino,
sin reloj, ni hora de llegada ni
de regreso previsto.

Es cambiar de rumbo, como cambia la veleta,
pero sin viento, sin fuerza.

Es mirar al cielo,
volar con la mente, pisando tierra.

Es navegar con la ilusión, sin barco,
marineros, velas ni timón.

Es soñar despierto, gritar al viento,
no mostrar arrepentimiento.

Por quien no es deseada, quien en ella no piensa
posee a la Gran Amada.





Hoy me he levantado eufórico, con nuevos bríos,
en mi alma no hay lugar al desaliento;
ya no echaré mi cuerpo donde se echan los muebles
viejos; tengo el coraje suficiente
para echar  mi cuerpo a la basura, en reciclaje.






Qué duro es recorrer con la mente los caminos
por los años ya transitados,
recordar lo vivido sin  la atención precisa,
sin saborear despacio -como se paladea un buen vino-
como no haciendo caso a lo que ocurre
a nuestro lado,
como ausentes de aquel momento que fué presente,
como si no fuéramos actores de aquel teatro.

Tiempo con vivencias no olvidadas
que no podemos traer a este momento
-sí, acariciar con nuestra mente-
que ya no vivimos, o vivimos en pasivo.

Todo quedó atrás,
tras muchos horizontes,
con los mismos paisajes, cual atrezo
de la vieja comedia de Dante, con actores
caducos, relegados en palcos de platea,
esperando el apagado de luces
y bajada del telón
definitivo.

Como gotas de agua que nunca llegarán al mar.
Como labios, marchitos,
sin desflorar por un beso de amor...
-labios sin pronunciar jamás un te quiero-.
Como ojos abiertos que nunca vieron el azul
del mar, ni del cielo.
Como oídos a los que nunca
dirigieron palabras de amor.
Como útero infecundo.
Como estatua abandonada en el oscuro olvido...
son los poemas ni editados, ni leídos.




Antes, los poetas eran más desgraciados que locos.
Ahora, los poetas son más locos que desgraciados.
Antes sus lectores
sobrevivían a los poetas.
Ahora los poetas sobreviven a sus lectores...
¡Han cambiado tanto las cosas!











                















                                                 III

                                    De  tinieblas



Alameda de Sigüenza, hace ya muchos años...



Aquella suave mañana de otoño
el olor de alibustre y rosas, en sus paseos,
fué vencido por el olor a muerto.
Largas zanjas cavadas dejaban al desnudo
cadáveres -aún vestidos como soldados,
algunos enteros, como dormidos en trágica
borrachera-  las botas, huesos y harapos pútridos.
Mis amigos y yo sabíamos de la guerra
que era algo más que un juego,
nuestro favorito, de forma incruenta,
pero nunca tan cerca la habíamos tenido;
calaveras, guerreras deshechas de miseria,
por la miseria imperecedera, la muerte.
No sabíamos, no supimos
los muertos de qué bando eran, cuál su
bandera era.
Luego, pronto, supimos que la muerte
es la victoriosa de ésa, y de todas las guerras.





En las guerras se muere;

                                                                                                    nacer es el milagro.

Nacieron en los campos de batalla
como los trigos y las flores ;
la guerra es sangre, es vida, es muerte y es fuego.
Sangre y sudor de los que perdieron en la guerra...
sangre y sudor con olor a triunfo.
Vencida y roja fué su cuna,
su estirpe, por un tiempo, subyugada.

El vencedor, como los de todas las contiendas,
puso sus normas, sus leyes; las loaron
unos, los otros las acataron, sin exilio,
y, los menos, las atacaron, pero sin éxito...

Los años pasaron lentos, escasos
de alimentos y sonrisas, como en las posguerras,
pero pasaron, y la dignidad retornó
a quien la hubo perdido,
como la dignidad se gana;
en paz y con trabajo.




En cien batallas


Ha colmado sus ojos -con sus manos- de tanta
tragedia
que no los puede abrir sin que se vuelquen en lágrimas.
Vio todos los males de la tierra;
estuvo en cien batallas, vio un millón de cadáveres,
-jóvenes deshechos por el miedo y la metralla-
durmió, comió con ellos, en todas las trincheras,
salpicado del hedor de vísceras, sangre, heces,
y  gritos lastimeros de heridos, mutilados,
moribundos...


Tu corazón de piedra, mercenario, pagado
por cien banderas,
se rompe en tus sueños de zozobras. Tus refugios
son ahora las mismas drogas que antes te lanzaban
a la bayoneta calada.
Mas no descansas; sigues matando...ya, sin armas.
Y, así, sueñas todos los días
con tus, ahora, esas cruentas pero irreales batallas.




Cementerio Sacramental de San Justo,

                                                                                          Domingo, 12 de Diciembre de 2010.

Hoy los muertos estaban menos solos.
Un ramillete de bellas y enlutadas damas,
graciosas ellas en su vestir de negro, y arte en
su decir poético, con maestro de sobrio
porte, con capa, bastón y chistera,
han roto el silencio entre tumbas, nichos, panteones
y cipreses, apuntando al cielo –sus raíces
al misterio, a las tinieblas, dominios
cerrados de la muerte-
Han dejado sus versos, sus rosas y respeto
al frío de las losas, adornadas
con nombres notables: Bécquer, Campoamor
Espronceda, Hartzenbush, Larra...
Los versos emanan frescos, como si hoy fuera ayer,
en su eterna actualidad.
Los aplausos han hecho eco, como batir  de alas,
frente a los muros que cobijan nichos...

Laura Gómez Recas, Luz Macías, Marisa Peña, Rosa Silverio, Verónica Aranda y 

Zhivka Baltadzhieva.

Nada



Esa noche, como otras muchas,
Joaquín, el sereno, siempre amable, le decía,
“señor, le han sentado esta noche muy mal las copas”
mientras le ayudaba a que alcanzara el cercano árbol
donde vomitaba su whisky, tomado a jarras.

Abrazado a su almohada,
con manchas, olor a carmines
y perfumes baratos,
-aún, en la boca el sabor amargo del alcohol
vomitado al impasible olmo-
despertaba su borrachera con otro trago.
Y pasaba el día y la noche,
y él dormía, sin importarle todo... ¡nada!





Te he tenido en mi cama,
has entrado en mis sueños;
me llevabas del brazo,
me hacías un guiño y no me soltabas
-zalamera- mi cabeza en tu seno.
Pero me he despertado
y no estabas conmigo, Parca.






Cierro los ojos...
y sigo viendo
luces, paredes,
batas blancas.

Aquí estoy, solo, esperando el diagnóstico;
mis pensamientos
se van lejos, muy lejos, en el tiempo,
y me veo...

Me veo niño; tengo miedo,
oscuridad, silencio;
oigo mi corazón con latidos alocados,
como el galope de dos mil caballos.

Un pasillo largo,
estrecho, oscuro,
un foso, agua, un remolino,
voces con ecos, sombras...

Mar sin cielo, sin tierra, lámina suspendida,
aire, cristal, hielo,
sin movimiento, quietos.

Luna sin noche,
sin día, sin firmamento,
sin soles ni estrellas, sólo
luna y viento, reflejos...

Yo, sin manos,
ni piernas, ni cuerpo,
sólo ojos cerrados,
ciegos, muertos...

Alturas, silencio,
vértigo, remolinos,
muñecos desnudos;
sus cabezas colgando, sin cabellos,
sin sexos.




Despierto; tubos fluorescentes,
batas blancas,
pasillos, médicos, silencio…




En castigo


Hoy me siento crío;
visito mis recuerdos de hace años...
todo... ¡qué lejano!
aunque se dice
“ parece que fue ayer...”
ese ayer es ya ¡tan extraño!
pero nunca podré olvidar...

El día del Domund,
fué el triste descubrir...niños con hambre,
niños enfermos,
abandonados.

Entonces no lo entendía, ahora tampoco entiendo
¿por qué niños, incluso de hambre, siguen muriendo?

No hace mucho, apenas un año,
he conocido una trágica palabra,
se ha hecho sitio dentro de los noticiarios,
Tsunami...¡casi trescientos mil muertos!
unos segundos bastaron...

¿Quién empujó esa maldita, “atómica”ola...?
¿Quién arrebata pan a esos niños?
¿Quién consiente tanto mal?
¿Ha de prevalecer el Mal sobre el Bien?
¿Qué fue primero? ¿el Bien, el Mal?
Tanta tragedia, tanto horror...¿puede ser cierto
que el “parirás con dolor”...también comprende estos daños?
¿Qué mal se puede cometer que, en castigo, todo ello se pueda merecer?
¡Qué injusto, Dios mío!





 Sin hacer ruido


"...Y cuando mis ojos, cansados,
se entreguen a Morfeo
viviré el sueño de los dioses"
Mariano Lizcano



Quisiera irme sin hacer ruido
que sólo se oiga el aire en suave brisa,
sin ulular el viento,
y el llanto de mis hijos
-que no sea por largo tiempo-


Que haya sol o esté nublado... no importa,
los ojos tendré cerrados  -una mano amiga
los cerrará, estoy seguro-

Durante algún tiempo, quizá un par de años,
se me echará en falta, más tarde, de vez en cuando,
se pronunciará mi nombre, en voz baja,
como para no despertarme,
y, buscándome, se mirará al cielo.

La nieve de un invierno borrará, para siempre,
mi nombre, borrará mi imagen; será como si
nunca, hubiera existido...nunca, jamás.



Resucitando el silencio


Han quedado atrás el rumor de rezos,
quedos cuchicheos y los indómitos llantos.
Por fin solo y, para siempre, solo…
Mi cuerpo frío,
abierto en canal y mal cosido, con hilvanes
de largos trazos –sujetando carnes… pellejos-
por la inmediatez de lo innecesario.
Yazco rígido, lívido, las cuencas
de mis ojos vacías,
ocultas por el velo de los párpados
-nunca lo hubiera imaginado;
¡que algo de mi sirviera
para dar luz a otro humano!-
Me queda el corazón inútil, destartalado,
y algún órgano, igualmente, vano.
Las llamas, ávidas, rompen el silencio,
lamen mis restos.
Indecorosas, se adentran en mis entrañas,
como buitres de alas de fuego,
están devorando mi cuerpo
y, luego, levantan el vuelo, se desvanecen
resucitando el silencio.



Mi soledad



Estoy tumbado en la cima de un monte mirando
las estrellas, su lánguido fulgor, blanco y frío.
El cielo se ve pleno, grandioso, visto desde
el campo, con mi nuca clavada en el suelo.
Así me siento tan feliz… y  pequeño… más
que aquella luz diminuta que a penas
luce en lo alto del firmamento.
De mí, únicamente, es grande, inmensa, la soledad,
que es mía, en estos momentos; el clamor
del silencio de la noche, serena, es mi solo
compañero.
La luna se corona, una vez más, como reina
de la noche, hoy su sonrisa es más amplia,
de luna llena
–a ella cuento mis penas-
y menos densas, menos oscuras las tinieblas.
Mientras, las tierras se enfrían, y sueñan
los hombres y sueñan las bestias.

A cada estrella pongo caras,  nombres de mujeres
y de hombres
que conocí, sin saber si ya existen.
En todos ellos veo etapas
distantes, en el tiempo,
o más cercanas que me atraen, al menos, me llaman
Y, así, mi soledad, mi deseada soledad, se
va alejando; veo gentes
en multitud de momentos, voces, risas,  gritos
en espacios vacíos, huecos,
y sombras, como si fueran espectros.
No huyas soledad, quédate conmigo, la ruego.
Pero otra estrella se estrella en lo alto
del firmamento
y esa cara expira sin un lamento.
Vienen, en tropel, caras y momentos…
mas, como si fueran lluvia de estrellas,
desaparecen de súbito y todo
queda como si un largo sueño fuera.

Aún tumbado, a ras de suelo, mirando al cielo,


siento que mi otro yo –en cuerpo y en alma-
se desprende de mi , y emprende vuelo.
Pronto  -a velocidad de la luz-
alcanza la soledad y el vacío infinitos
del Universo.
Por allí debió vagar… Dios solo sabe el tiempo.


El reloj de la Puerta de Sol



Ha dado la última campanada de las doce,
la más oída, la más aplaudida,
la más esperada; se entierran viejas
esperanzas y nacen otras,
se descorchan botellas,
se estrellan copas, se encuentran labios,
se cruzan miradas, se hacen promesas.

Todos nacemos un poco, y nos hacemos viejos,
más viejos y, como el año viejo, nos iremos.
Al año siguiente, y al otro, y muchos más,
una vez más, sonará la última campanada
y todo se repetirá;
las mismas miradas serán, con distintos ojos,
los mismos besos, los mismos anhelos…
el mundo seguirá, aun sin nosotros.






Música; torrentes de decibelios,
luces de colores púrpuras, rojos,
blancos plateados,
flashes enculebrados. Whisky,
botellones, cubatas.

Cigarrillos, porros, líneas blancas,
pastillas, jeringuillas;
sudor, bailes, danzas, besos, abrazos.
Melenas, cabellos despeinados,
y más besos,
abrazos, cuerpos apretados.   

Silencio, silencio,         
nieblas...
Oscuridad, colores púrpuras,
rojos, blancos plateados.
Rayos, truenos, centellas...
humo sin fuego.

Leones, panteras sin selva.
Culebras, serpientes sin pantanos.
Lágrimas sin dolor,  chillidos sin voz,
ruidos en silencios, besos sin labios.

Brazos estirados confundidos con más cuerpos;
cuerpos fríos, inertes,
mojados...

Silencio, silencio, silencio.



 

La tarde escucha


                                                                                          El suicidio no es un acto de valentía
                                                                                                                              ante la muerte
                                                                                                      sino de cobardía ante la vida

                                                                                                                                Nichkchanel


La tarde escucha, atenta, los sonidos
de la calma, silente y abotargada.
Sólo la agitación del mar, espejo de su alma,
acompaña sus vacilantes y ciegos pasos.
Hasta sus labios se estrellan las finas partículas
salinas que, con movimiento autómata,
rechaza con el dorso de su convulsa mano.
El acantilado está a sus pies
devorando, soberbio, las olas insolentes
que, con tenaz
y energúmeno vaivén,
lamen su negra y agrietada pared
una vez y otra.
El cielo, negro –amenazante-
está reflejado en las oscuras aguas,
salpicadas del bullir de la espuma
en los rompientes.
Sus ojos hundidos en su cara demacrada,
apenas cambian la postura, no miran, no ven;
no quieren ver dónde está su tumba.




                                                                                        11 de  Marzo, en la memoria;
                                                                                                               a todas sus víctimas.

Portadores, sin almas ni semblantes,
de cargas explosivas.
Urdidores y cómplices asesinos.
Trenes en raíles, en vías
paralelas que convergen en muerte.

Conjura de odio, ambición y venganza.
Tramado de mentiras y traiciones,
teléfonos móviles
y miembros sangrantes.

Gritos confundidos con más gritos.
Cuerpos desmembrados,
rotos, desangrados.
Vagones de ilusiones rotas,
de vidas acabadas.

Carroñeros, de utópicas naciones,
sobrevuelan, en círculos, sobre tierras y almas
que no les pertenecen...
Sus graznidos quieren silenciar
sus bombas y disparos, asesinos
y traidores.

España, las dos Españas, con abuelos muertos
por ambas,
hoy ya rota, en mil pedazos, por la generosidad
del que da lo que no le pertenece.
Sueño de unos, pesadilla de todos.





Madrid, hora punta de la mañana,



es invierno,
la oscuridad aún borra las calles.
Un joven -no tendrá más allá  de los treinta años-
está en la acera agitando los brazos,
rítmicamente,
mientras dice palabras
que nadie atiende.
El movimiento de sus manos
–en compás binario-
se ha hecho más rápido,
y su voz, antes imperceptible, sube el tono;
parece muy grande su enfado,
luego, inmediatamente, ríe con risotadas
espeluznantes.
Casi al unísono, mueve la cabeza y hombros,
-en tic convulso- sin dejar de mover los brazos.
Sus piernas buscan, afanosamente, lugares
que no encuentran;
giran, una vez y otra, en distintas direcciones,
direcciones que no llevan a ninguna parte
-lucha encarnizada de cuerpo y alma enajenada-
Para un autocar; un hombre fuerte, en bata blanca,
le ayuda –obliga- a entrar en él.
El autocar parte triste, renqueando, con  tara
en demasía
-navío fantasmal, con las velas desinfladas
y mentes a la deriva-
El espeso vaho de las ventanillas deja ver
cómo mentes sin dueño 
gesticulan y hablan al aire. Mientras,
entre nieblas, sus luces se alejan y se pierden
entre lo cotidiano.


1 comentario:

  1. HE TRATADO DE COMENTAR EN SUS POST DEL BLOG "Blog de poesía de Jorge Torres" PERO LA CONFIGURACIÓN NO ME PERMITE DEJAR COMENTARIOS .
    UN ABRAZO

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